Queremos compartir con ustedes este artículo escrito por Beatriz Aiffil que fue publicado tres días después del aniversario de Coreoarte en el Correo del Orinoco (N912, p.12):
"El duende”, un Carlos Orta agotado y triste, huido de las entrañas de la Venezuela de los 90 y de los 80 y 70 que se negaba a atender a su prole y, al contrario, los paría para entregárselos al monstruo del Norte o para dejarlos regados entre las civilizadas tribus europeas. “El Negro” Orta se mueve en silencio absoluto en la cima de un antiguo edificio desde el cual lanza sus manos a volar en cielo ajeno.
La terraza neoyorquina lo acoge cálidamente pero sus labios apretados contra los dientes retienen un yo, yo, yo, yo creo que voy, solito a estar, cuando me muera, he sido el incomprendido, ni tú ni nadie me ha querido, tal como soy. Se lo había escuchado a Maelo porque quién en San Agustín no ha escuchado a Maelo. Pero el ni tú ni nadie de El Negro era con la Patria, con la Venezuela sorda que no escuchaba los lamentos de su gente.
Esa Venezuela hecha piltrafa que entró al nuevo siglo tratando de recoger los jirones de su vestido roto para lucir más o menos bien ante un Hugo Chávez que la quiere y que estremece al pueblo invitándolo a hacerle un vestido nuevo a la Patria.
En esta Venezuela sí nos escuchan a los pobres, a los negros, a las mujeres, a los campesinos, a los sin techo, a los sin tierra, a los sin nada, a los don nadies. ¡La Venezuela de Chávez! ¡La Venezuela del pueblo!
Cuando comenzaba a sentir el saborcito de la esperanza se murió “El Negro” Orta por palos que daba el mayoral.
Claro si después de una tunda e ́palo que te mueras es normal. Pero ahí está su Coreoarte, cumpliendo 29 años a la espera de esa escucha que todavía no le ha llegado. Los renegados en la cultura dominante tienen ahora en sus manos la posibilidad de ejercer el poder.
Coreoarte sigue luchando contra el egoísmo de algunos y contra la sentencia de otros por haber enarbolado una bandera diferente en el mundo de la danza. “El Negro” se atrevió a mostrar una Indoafroamérica en los años de aquella otra Venezuela y le pasó como a Haití.
Pero Coreoarte tiene tronco de madera dura y resistente que sin embargo gime. Sigue presente Carlos, es el tronco, y tiene retoños que blanden sus manos y pies en cielo y suelo venezolano.
Estuvimos viendo “El duende” antes de acercarnos a la sede prestada en Los Rosales, a celebrar los 29 años danzados por Coreoarte. Allá estaba Noris, Poy, Royma, Arnaldo (sobrino de Carlos), Terry, Francoise... estaban todos, incluso “El duende”.
Beatriz Aiffil
baiffil@gmail.com
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